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viernes, 21 de junio de 2013

Equinoccio.

Causas en mí el mismo tipo de efecto que el de observar el atardecer del primer día del solsticio de verano.
Para mí eres calma, paz, tranquilidad y armonía.

Cuando sonríes, podría jurar que puedo sentir como mi mente se llena de todos los colores que se ven a medida que cae la noche, y se llena de estrellas porque te veo feliz.

Tu voz tiene un efecto sinestésico, abrumador, que me recorre todo el cuerpo con cada palabra, me da escalofríos, me hace temblar de fascinación.

Cada vez que te veo, es como si todo se oscureciera por un instante, y aparecieras en un crepúsculo diminuto, en este mundo terrible al que le das luz con tu simple existencia. No sabes lo feliz que me hace que no haya nadie como tú.

Me encanta cuando te tengo cerca, muy cerca, y te siento, de todas las formas. Te percibo, te observo, siento tu energía, tus miradas, tu respiración, tus labios, tus pestañas... Tú.

Quédate así de cerca, no te separes, no me faltes nunca... Que te necesito, como la luna necesita al sol para brillar cada noche.

Quédate en mis días, en mis noches.

Quédate en todo momento, cada minuto, cada segundo.

Quédate aquí, justo donde estás ahora.

Y no te vayas.

No te vayas nunca.